Pocas cosas deben dar tanta alegría y tantas pistas de que el mundo se mueve, como el anuncio de una nueva apertura de un nuevo restaurante, y viviendo en Barcelona, es bastante habitual ¡Y me encanta!
Me gusta no solo porque me dedico a la comunicación y el community management sobre todo de restaurantes y hostelería; que eso puede significar una nueva oportunidad de negocio para mi. Además porque hay un sitio nuevo al que ir, hay una cocina nueva que saborear, el mundo se mueve. Las cuentas de instagramers de influencers en gastronomía corren a visitar la novedad, sea porque necesitan ese contenido antes que ningún otro o porque, en bastantes ocasiones cuando yo formo parte de ese opening, invitamos a esas cuentas repletas de seguidores con ansias de probar cosas nuevas.
Muchas veces me he encontrado, cuando un restaurante abre, cuando es nuevo; que hay gente que prefiere esperar a ver que oye, a ver sabe, a ver que le dicen, a ver como funciona. [De ahí la importancia de mi trabajo] Otras en cambio, están más que encantadas por ser de los primeros en probarlo. [También aquí la importancia de mi trabajo]
Por mi parte, a nivel usuario, es decir cliente, no como profesional de la comunicación que crea contenido para llamar la atención; estoy en el medio. Sí es cierto que al inicio, las primeras semanas o incluso meses son más «de prueba» que otra cosa. A ver, no creo que todos se lo tomen así, y cuando abren sus puertas creen estar preparados, pero sí se dan cuenta con el rodaje inicial de las muchas (o pocas) cosas de que deben pulir, que deben cambiar, que no les funciona, que sí les funciona… Etc.
Pero algo que realmente me llama la atención es su iluminación. Normalmente la iluminación es mucho más fuerte de lo que uno espera cuando va a un restaurante, creo que debe ser así como…
¡Qué no quede muy oscuro! ¡Qué se vea bien! ¡Qué invite a entrar! ¡Somos nuevos!
Y siempre en mi primera visita, cuando el local lleva pocas semanas abiertas, además de que todo está nuevísimo, la distribución no acaba de ser del todo orgánica (cosa que me parece normal, porque los restaurantes se hacen con el cariño y el movimiento), pero sobre todo la luz. Y si puedo permitírmelo, me gusta volver al cabo de medio año, al cabo de unos meses o quizás un año. Entonces lo primero que viene a mi cabeza es la mejora, absoluta mejora, en su iluminación. Se nota que han pasado miles de horas trabajando en ese espacio, que el espacio ya es suyo… y por lo tanto la iluninación y la distribución, por supuesto también.
Así que -como supongo, animal de costumbres- siempre acabo diciendo, la luz no me gusta mucho, pero habría que volver en un tiempo, seguro que será otro rollo.